RETO COMPARTIDO I -¿Quién dijo miedo?- @Mata_Hari36 + @_Difuminada @Locosensatoyo @Graceklimt @La__Olvi

Muchas veces me he colado en aquello que te estoy escribiendo.

Me meto en esas líneas para sentir que estoy más cerca de ti.

A veces te llamo, otras te extraño. Y siempre te siento.

También te extraño cuando te digo que no estoy, también te siento cuando te digo que no escucho. Y en silencio, igualmente hablamos como el viento que no devuelve las horas que pasamos separados, no hace sino acrecentar la deuda que tenemos el uno con el otro. Todo aquello que considero que debo pagarte por no tenerte entre mis brazos se va más allá de toda medida que pudiera imaginar.

No creo que exista ninguna novela que puede definir el momento final que te tenga enfrente, tratando de vivir todo aquello que no te he dado. Aquello que mereces y todo aquello que siempre será tuyo.

Aquí también tengo miedo. Miedo de verte, tocarte de nuevo. Y pedirte que no me sueltes jamás. Miedo de volver a los kilómetros de silencio. Miedo de la costumbre sin tu piel.

Después soy consciente de que eso no puede ocurrir. Tu piel, con la mía. Y el mundo, puede esperar.

¿Quién dijo miedo?

Yo, yo dije miedo y aún lo siento.

Miedo a todo o más bien a la nada, esa misma que ha quedado tras tu última palabra y mi silencio.

Podría atreverme, ¿por qué no hacerlo? Atreverme a buscar tu nombre en la larga lista de contactos de mi agenda y quedarme mirando un rato el espacio en blanco que espera ser llenado de palabras. Ahí, en ese universo ahora vacío, hace tiempo hubo planes que empezaron con una idea, risas, complicidad y promesas de lealtad eterna. Y ahora… ahora nada; solo miedo, dolor, decepción y ninguna esperanza.

¿Cómo se rompe eso? ¿Qué armas se necesitan para iniciar una batalla en la que el enemigo es uno mismo y también aquel a quien se enfrenta?

¿Cómo se inicia la negociación de un tratado de paz tras una guerra que aún no comprendes y cuyas heridas todavía sangran a raudales sin nadie cerca capaz de restañarlas y cubrirlas con apósitos hasta sanarlas?

Me atrevo, lo intento, y tras escribir la inicial de tu nombre, el real y no el cariñoso que con tanta ilusión te regalé, se abre ante mí una infinidad de posibilidades.

¿Un “hola”? Demasiado frío.

¿Un “qué tal”? Demasiado impersonal.

¿Un “aún sigues comportándote como un gilipollas”? Demasiado visceral

Silencio…

Y tras él, de nuevo hace acto de presencia el dolor, acompañado de las lágrimas que reaparecen resbalando por mis mejillas, y escriben con palabras invisibles una a una las frases de nuestra última conversación en la que yo me desnudaba y tú guardabas silencio. Las susurro, como un mantra siempre repetido, grabándolas de nuevo cual letra escarlata en mi pecho, y me asfixio perdida en este laberinto que has construido para mí y del que no encuentro la salida por más que lo intento.

Cierro los ojos, con la valentía del guerrero que sabe que es su última batalla, y mis dedos parecen cobrar vida sobre el teléfono inerte entre mis manos. Se mueven, sin un compás aparente, y mi alma vuela entre palabras que buscan acabar con el abismo que nos separa.

Se detienen, tan de repente como empezó su danza, y aprieto con fuerza los párpados a la vez que un suspiro sale de mis entrañas tan prolongado que me obliga a abrir los ojos y mirar la pantalla para obligarme a enfrentarme de nuevo, a la nada.

Nada… ni una palabra, ni de cariño ni de resentimiento, y el abismo sigue en blanco vacío de letras y huérfano de intentos.

Quizá no me atrevo, no quiero o no sé cómo hacerlo… aunque tal vez buceando entre tantos momentos compartidos encuentre la canción o el instante perfecto para hacerlo.

Pero no es el momento…

Me obligaste a seguir sin ti, ¿lo recuerdas? Y eso estoy haciendo.

El timbre suena, devolviéndome a esa realidad que me desespera, y la vida sin ti aguarda fuera.

Abro la puerta, me sonríe… ¿miedo? Por supuesto, pero con esto sí me atrevo. Qué remedio…

Su sonrisa es franca, saca una botella de vino, al menos es bueno y tiene gusto.

Dos besos, correctos y sonrisa tímida.

Le invito a pasar,  no quiero perder más el tiempo, necesito esa hostia de realidad que me haga olvidar, necesito esa desconexión que me haga pasar el tiempo sin ti más fácil, mejor dicho, que haga que el tiempo pase.

¿Por que lo elegí a él?,  es asquerosamente fácil, siempre ha estado, siempre me ha querido y soy tan horrible que lo voy a destrozar.

Porque soy un cuchillo, una arista, un cristal, solo quiero hacerme daño y dañar a todos, soy el puto monstruo que mató a la felicidad.

Lo empujo contra el sofa con mi cara más viciosa, lo miro como una leona a su presa, noto su deseo , me odio , pero es mío.

Me abalanzo sobre él para besarlo.

–¿Qué haces?

Vuelvo a la realidad.

Se levanta y me mira como un padre enfadado con su hijo.

–No, no he venido a eso.

No quiero eso, no necesitas eso.

–¡Sabrás tu lo que quiero!—imbecil no me sermonees y úsame, hazme daño para no sentir , pienso para mis adentros.

–Yo sí sé lo que quiero y no es esto—dice con convencimiento.

Sus ojos se clavan en mi, veo la ternura y hace que lo odie más.

Me levanto y lo vuelvo a mirar.

–Quiero que me beses ahora o que salgas por esa puta puerta y no volver a verte la cara de pajillero en mi vida.

–No— Es un no firme, tenso, un no convencido pero tímido.

Lo dice mirando al suelo, sin valor a mirarme a la cara.

–No voy a hacer ni una cosa ni otra— me dice…ahora sí, mirándome a los ojos.

Mi mano sale disparada y le golpea en la cara, es un manotazo fuerte,  le deja la mano marcada roja como un tatuaje.

Me mira con esos ojos y lo tengo que odiar… no me quieras, no me valores, no me ayudes, ¿ no ves que estoy rota y no me quiero arreglar? ¿ no ves que soy dolor y quiero dejar de sentir?

¿No ves que….?

Se acerca a mí y me abraza. Me abraza y todo se derrumba.

El dolor termina de romperme y lloro.

Acabo de pasar por encima de algún animal. Día sí día también, suele pasarme cuando voy o vuelvo de cualquier lado. La autovía es un suicidio kamikaze para ellos. No estoy segura de qué era, sólo quedaba un amasijo de carne y vísceras aplastada contra el suelo. Probablemente, en pocas horas ya casi no habrá nada, demasiadas ruedas pasando por encima.

Todos somos iguales, en esencia, digo. Los humanos también. Un conjunto de tejidos y piel y sangre que conforman un cuerpo que en cualquier momento puede acabar convertido en carne picada. Solo que nosotros tenemos los ritos, las creencias, los miedos, y todas esas cosas, y al contrario de los animales, no dejamos los cuerpos inertes de nuestros seres queridos en cualquier lado, a disposición de buitres, coyotes, y mil millones de bichejos, sino que los enterramos unas veces, o los quemamos otras.

Y les lloramos, y les llevamos flores. Y nos creemos a salvo. Como yo ahora, que acabo de dejarle preparando la cena en mi cocina, y he salido huyendo con la excusa de ir a comprar, no sé, algo, cualquier cosa, lo que sea, qué importa, creo que he dicho que hielo. Me ha vuelto a mirar con esa cara de tranquila, estás a salvo, y casi consigue convencerme.

En lugar de eso, me he montado en el coche y aquí estoy, conduciendo en medio de la noche sin rumbo, con la música a tope mientras fumo un pitillo y veo pasar las líneas discontinuas de la carretera por el espejo retrovisor. Sería un buen inicio de peli de serie B de mierda. La historia de mi vida. Dile a papá que me voy de la ciudad, cantaría la Rosenvinge.

Y como no, pienso tonterías. Sí, tonterías de muertes y vidas por no pensar en todos los trocitos en los que me he dividido como un puzzle y que ahora debería empezar a montar. Y él, que seguirá ahí, cortando pimientos en juliana y salpimentando la carne mientras abre esa botella de vino con la que tocó a mi puerta, haciendo planes de salvador, imaginando ya un final feliz de caballero rescatando a la dama de las garras del dragón, pobre ingenuo, si las garras me las clavo yo solita en el corazón.

Y yo, que sigo acelerando, cada vez más rápido, cada vez más ciega, cada vez más fuerte, cada vez más nada. Y mira, una gasolinera. Que todo arda.

Y llego a tu portal, casi sin resuello, nerviosa y obligándome a pulsar el botón del 4C. Pulso una, dos, tres veces. Trago saliva y palpo el bolso que cuelga pegado a mi cadera asegurándome de que lo llevo conmigo…Sigue en su sitio. El pitido que abre el portal resuena en la noche y me apresuro hacia el ascensor.

Este extrañarte a deshoras, esta falta de ti, todo este miedo que me bloqueaba, todo el orgullo que me impedía llamarte o escribirte, toda mi valentía, todo va reunido entre estas cuatro paredes del cubículo que sube y me lleva hasta ti. Te quise tanto.

Salgo del ascensor buscando tu puerta con la mirada, está entreabierta, como si supieras que soy yo la que sube a tu encuentro, como una bienvenida muda a alguien cercano que sabes que está por llegar. Abro despacio, suena Pink Floyd, un confiado “pasa, llegas pronto” me llega desde tu cocina.

¿A quién esperarás?

Me paro bajo el marco de la puerta, te giras, me ves, tu boca dibuja una sonrisa que es interrogación con los labios y tu mirada se clava en la mía.

Y entonces todo vuelve a mí como un huracán intempestivo, desde mis tobillos hasta la raíz del pelo… tus Te quiero, tus eres mía, tus para siempre, tus manos sujetando mis caderas, tu sonrisa tras una copa de vino, las duchas compartidas, tus brazos rodeándome mientras lloraba la pérdida de mi padre, tu arrítmica forma de bailar, tus enfados, tus portazos, tus gritos, tus mentiras, todas las veces que me dormí llorando tu ausencia, tu silencio atronador, tus idas y venidas con unas y con otras…

De pronto abro los ojos, ahogada en llanto, estoy sobre ti, tu sangre baña el suelo de la cocina y lentamente me miro la mano que sujeta el cuchillo. Es de mi casa, el que metí con prisas en el bolso sin saber muy bien para qué. Me levanto horrorizada. Te miro de nuevo. Ahora ya no sonríes, comienzo a temblar incontrolablemente.

Vino, veo una botella de vino, me sirvo una copa y me arrodillo a tu lado mientras la bebo… suena highway to hell y no puedo evitar la sonrisa.

Te quise tanto, mi amor.

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